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Trabajadores regresan nerviosos a planta de Lear atacada por coronavirus en México


Imagen de archivo. Empleados de la fabricante estadounidense de autopartes Lear Corp usan máscaras de protección y guardan distancia mientras llegan a un curso de entrenamiento para aprender las nuevas medidas de seguridad para evitar contagios de coronavirus en su planta de Ciudad Juárez, México. 27 de mayo de 2020. REUTERS/Jose Luis Gonzalez

Lear Corp está implementando costosas medidas de seguridad tras sufrir el brote de coronavirus más mortal ligado a una fábrica en América, lo que podría lastimar su productividad en México, mientras la fabricante de autopartes estadounidense enfrenta una batalla para recuperar la confianza de sus trabajadores. La urbe fronteriza Ciudad Juárez, en el norte de México, sigue sumida en la pandemia y aún llora la muerte de numerosos trabajadores de la maquila, incluyendo 20 de la planta de Lear en Río Bravo, que fabrica fundas para asientos de Mercedes-Benz y Ford.


“No creo que haya uno que te diga que no tiene miedo”, dijo a Reuters Alma Sonia Trevizo, una empleada de la planta en Río Bravo, durante un descanso del entrenamiento de seguridad antes de su reinicio parcial previsto para el 1 de junio.


Seguir las flechas unidireccionales a lo largo de los pasillos, comer en las mesas de la cafetería con divisores altos y estampar los zapatos en una alfombra empapada en desinfectante son algunas de las nuevas medidas que se están adoptando.


“Pero es nada más dar el primer paso, y a seguir adelante”, dijo Trevizo, quien agregó que estaba instando a sus colegas a no tener miedo.


Sin respuestas claras sobre cómo se propagó el virus en la planta, muchos trabajadores temen regresar, pero necesitan el dinero, dijeron a Reuters tres empleados bajo condición de anonimato.


La compañía no ha revelado los nombres de los trabajadores que murieron por el brote, que se considera como el peor en cualquier fábrica de América.


Nuevos letreros en la planta con recordatorios para lavarse las manos regularmente y reportar síntomas no hacen ninguna referencia a las muertes.


“Yo la verdad tengo temor de volver. Se siente un escalofrío horrible al entrar a la planta”, dijo un trabajador.


México tiene uno de los peores brotes de coronavirus del mundo, ocupando el séptimo lugar en el número de muertes por COVID-19, la enfermedad respiratoria causada por el virus.


Pero el país latinoamericano ha estado bajo la presión del gobierno y la industria de Estados Unidos para reabrir rápidamente y con ello proteger cadenas de suministro profundamente entrelazadas, que el año pasado impulsaron el comercio de casi 615,000 millones de dólares.


Los esfuerzos de Lear para proteger a los trabajadores en medio del actual brote no son baratos y afectarán la productividad, dijo Sergio Corral, gerente de la planta de Río Bravo.


Solo las pruebas para ingresar a la planta podrían tomar hasta una hora por turno: los trabajadores deben pasar por una línea de una sola fila, mostrar identificación, tomarse la temperatura y decir si han mostrado algún síntoma o han estado en contacto con alguien con coronavirus.


Cualquier persona con temperatura alta sería llevada a una carpa de “aislamiento”, protegida del sol, para una nueva verificación.


Corral dijo que espera que la productividad caiga del 30% al 40% y el compromiso de evaluar a los 3,000 empleados, si lo solicitan, podría costar 450,000 dólares. La compañía ha prometido cerrar fábricas para realizar una limpieza profunda cada vez que encuentre un caso confirmado de infección.


Además, con los autobuses de pasajeros ahora solo medio llenos para proporcionar más espacio, Lear necesitará contratar a otros o enviar conductores en viajes adicionales para traer un turno completo.


Al principio, solo alrededor del 15% de los empleados trabajarán, y otros se unirán gradualmente, para que los jefes puedan supervisar cuidadosamente.


Algunos empleados, llamados “centinelas”, vigilarán a sus compañeros de trabajo por violaciones como un abrazo o un beso en la mejilla o simplemente pararse demasiado cerca de otra persona.


“El problema es en cuestiones prácticas. Nos pasa a todos. Empiezas a hablar y no escuchas y te acercas y te acercas y no tienes la sana distancia”, dijo Corral.


MÁSCARAS, PEDALES Y DIVISORES


Durante una recorrido por la planta el miércoles, los ejecutivos extendían los brazos para recordarles a los demás que tomaran distancia. Hablaron en voz alta para ser escuchados a través de máscaras blancas hechas por Lear en República Dominicana que, junto con anteojos o un protector facial, son obligatorios para los trabajadores.


Las altas paredes de los cubículos ahora separan cientos de máquinas de coser, lo que significa que los trabajadores pueden escuchar, pero no ver ni tocar, a sus colegas. Los dispensadores de desinfectante para manos y las fuentes de agua han sido equipados con pedales para que los trabajadores toquen la menor cantidad de superficies posible.


El vicepresidente global de operaciones de vestiduras de Lear, Óscar Domínguez, reconoció que el temor es mayor en Río Bravo que en las otras 41 plantas de Lear en México. Poco menos de la mitad de los 56,000 empleados mexicanos de Lear están en Ciudad Juárez.


Domínguez dijo que Lear analizó las infecciones entre los trabajadores pero no pudo detectar cómo se propagó el virus.


“Es algo que desafortunadamente, no se pudo prevenir, porque nosotros no supimos nunca qué sucedió”, dijo. “Nuestras condolencias muy afectuosas para todas estas familias”, agregó.


De los 20 trabajadores que murieron, dos de ellos informaron síntomas aproximadamente un mes después de que dejaron de ir a trabajar, agregó Domínguez.

Diez trabajadores en la planta de Río Bravo dijeron previamente a Reuters que Lear tomó medidas de protección mínimas antes de detener la producción a fines de marzo, un mes después de que México detectara sus primeros casos.


José Luis Salazar, director de medio ambiente, salud y seguridad de Lear en América del Norte, dijo que esperaba que las nuevas medidas brinden a los trabajadores la confianza de que estarán protegidos en el sitio.


“Incluso mucho mejor que afuera, o en sus áreas de vivienda”, dijo.


Algunos trabajadores dijeron que la transformación de la planta los había tranquilizado gradualmente.


“El primer día, no lo puedo negar, sí estuve con miedo”, dijo José Román Díaz, un trabajador de mantenimiento que fue uno de los primeros en regresar a la planta después del brote. “Pero conforme fue pasando el tiempo, ya me fui adaptando”, añadió.


Reporte de Daina Beth Solomon, con reporte adicional de José Luis González; Traducido por Abraham González


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