La miel puede ser un dulce detector de contaminación
Un ser orgánico puede contener mensajes cifrados que revelen información sobre sus entornos naturales. Los anillos de crecimiento de los árboles pueden ser indicadores de cómo era la atmósfera cuando ese árbol era joven. Los líquenes pueden revelar los niveles locales de contaminación en el aire.
Ahora, algunos científicos en Canadá informan que la miel también es portadora de un mensaje.
Un análisis de colmenas urbanas en Vancouver, que se publicó el 11 de marzo en la revista Nature Sustainability, mostró que la miel de la colmena tenía niveles diminutos de plomo, sobre todo en las colmenas ubicadas en el centro de la ciudad y cerca del puerto.
Estas lecturas sugieren que la miel puede ser un indicador claro sobre la calidad del aire. Y debido a que las colmenas urbanas están aumentando, el monitoreo de sus niveles de contaminantes podría ser una manera poco costosa de observar qué hay en el aire de todo el mundo, según Dominique Weis, profesora de Geoquímica en la Universidad de Columbia Británica y coautora del artículo.
El proyecto comenzó cuando Hives for Humanity, una organización sin fines de lucro que se encarga de colmenas comunitarias en la ciudad canadiense, le pidió a Weis que analizara la miel para ver si contenía plomo u otras sustancias. Se sabe que las abejas, mientras buscan polen, absorben cantidades residuales de metales que llegan a las hojas y flores desde el aire.
Los resultados mostraron niveles muy bajos de plomo, junto con rastros de hierro, zinc y otras sustancias. Weis explicó que una persona tendría que comer más de medio kilo de esa miel al día para presentar los niveles tolerables de ingesta de plomo para un adulto que prevé provisionalmente la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA).
La miel de Hives for Humanity se compara favorablemente respecto a la miel de otras partes; sus niveles de plomo son inferiores al promedio mundial.
Sin embargo, lo que resultó todavía más interesante para los científicos fue que la técnica mostró la manera en que la miel podría servir como un detector potente de contaminación.
La composición química de las diferentes muestras puede señalar de dónde provino la miel.
Los volcanes, las piedras de río, el carbón y otras fuentes naturales de plomo tienen sus propias características, dependiendo de la proporción de diferentes isótopos del metal pesado que haya en dichas fuentes, dijo Kate Smith, una estudiante de posgrado que trabajó con Weis y estuvo al frente del estudio.
Fue evidente que la proporción de isótopos de plomo en la miel que el equipo estudió no era la misma que las proporciones encontradas en el cercano río Fraser o en sedimentos locales.
“Lo que podemos afirmar es que la fuente es artificial, porque no se corresponde con nada que exista en la naturaleza”, sostuvo Weis.
Ella y sus colegas creen que el combustible que usan los barcos en la bahía de Vancouver, así como las emisiones de los automóviles en las calles de la ciudad, podrían ser las fuentes del plomo.
En el futuro, quizá los científicos puedan dar seguimiento a la calidad del aire al monitorear las colmenas y analizar la miel.
Con instrumentos sensibles que puedan leer estos mensajes cifrados, y gracias a que los apiarios urbanos se están haciendo más comunes, los investigadores esperan aumentar su labor de monitoreo de miel a otras ciudades.
“Hay más de diecisiete mil colmenas registradas en la región metropolitana de Vancouver”, dijo Smith. “La gente sale de la nada y dice: ‘Puedes venir a mi jardín y tomar muestras de mi colmena’. O bien: ‘Enséñame a hacerlo, quiero saber qué hay en mi miel’”.
Fuente: nytimes.com
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