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Fatiga pandémica: El hartazgo pone en riesgo el cumplimiento de las medidas

El cansancio de la población, unido a la crispación y el hedonismo, hacen mella en la concienciación y fomentan comportamientos «muy peligrosos»



Manifestación contra el toque de queda y «la privación de derechos y libertades» este lunes en Barcelona - AFP/ ATLAS



Una epidemióloga en Estados Unidos ha inventado un nuevo tipo de contabilidad. Una de tipo social. Se trata de hacer cada semana un «presupuesto de contactos», que tenga en cuenta el «gasto» obligatorio, como el necesario por motivos laborales, pero también incluya una partida para mantener la salud mental.


Todo ello distribuyendo el «crédito» de riesgo de contagio. Parece la última ocurrencia pandémica, pero la ha avalado la Organización Mundial de la Salud (OMS). Lo que hay detrás es un intento de lograr un equilibrio entre la antigua vida y la nueva, y así paliar un fenómeno que, según las primeras estimaciones de la OMS, afecta al 60% de la población europea.


Se trata de la «fatiga pandémica», el cansancio mental por llevar meses realizando esfuerzos y sacrificios. Y no es un problema desdeñable. Expertos y la OMS avisan: el hartazgo conduce al incumplimiento de las medidas. No se puede vivir permanentemente alerta, ni siempre recluido.


La apatía, la desesperanza y, sobre todo, una desmotivación creciente y general por protegerse o informarse sobre el Covid-19 son los principales efectos que genera. Los mensajes de las autoridades que antes eran efectivos, como pedir el lavado de manos, el uso de mascarillas o el distanciamiento físico, ya no calan igual. Y cuando la situación lleva a restricciones del todo o nada, «es más probable que las personas se rindan fácilmente y vuelvan a comportamientos muy peligrosos», dice la OMS.


Dolores Corella, catedrática de Medicina Preventiva y Salud Pública en la Universidad de Valencia y miembro de la Fundación Gadea, también ha constatado que en España la población se está relajando en medidas como el lavado de manos o el distanciamiento social. Y apunta a que, lo que está pasando, es similar a lo que ocurre ante una dieta estricta. «Una persona puede seguirla un día, una semana, dos semanas, pero luego el organismo está acostumbrado a reaccionar y viene el efecto rebote. Esto es igual.


Cuanto más dura una situación de estrés, la sensación de cansancio y las ganas de querer hacer otra cosa es mayor. Es lógica, llevamos demasiado con restricciones».

El problema es que el hastío que generan las restricciones es general. Según Corella, los ciudadanos que estaban poco concienciados al principio, ahora lo están aún menos. Pero quienes sí se lo tomaron en serio «no pueden más, y en algún momento van a explotar». Es un daño perverso de esta fatiga: acaba perjudicando más a los que lo hacen bien, dice Enrique Bassat, epidemiólogo e investigador ICREA en ISGlobal, un centro impulsado por la Fundación La Caixa. Pero aunque el hartazgo es una amenaza, no es el momento de relajar medidas, dice. «Estamos en el peor momento desde la primera ola», añade.


En España, la apatía empieza a reflejarse en las encuestas. En julio, cuando la situación epidemiológica estaba casi en su mejor momento -apenas terminado el confinamiento-, un 10,4% de los españoles decían estar poco o nada preocupados por la pandemia. Ahora, pese al agravamiento de la situación, ese porcentaje ha subido al 13,3%, según la encuesta Cosmo-Spain del Instituto Carlos III, realizada en septiembre. También ha descendido el número de personas que dicen sentirse «extremadamente preocupadas» en un 4%.


Disciplina social


Para Francesc Núñez, sociólogo de la Universidad Oberta de Cataluña(UOC), el hartazgo es uno de los principales factores por los que se incumplen las medidas sanitarias. Esta sensación se debe al cansancio tras meses de autocontrol y de reducir contactos y movilidad, pero también a la desconfianza de la efectividad de las medidas. Además, hay tres factores más que empeoran la situación: la tendencia social al hedonismo, la escasez de pensamiento agregado (indidivualismo) y la falta de costumbre de disciplina social.


«Total, si la vida son cuatro días» o «al final todos vamos a morir» son mensajes que calan en una sociedad cada vez más crispada y ahora «hay una tendencia social que aboga por el hedonismo con una proyección a la complacencia en el sentido del bienestar y en este contexto es muy difícil exigir a la gente que se autocontenga», afirma el experto. Desde su punto de vista, no se trata de un problema solo de los jóvenes, «ellos responden como saben hacerlo, de la manera en que se les ha educado». Además, entra en juego la falta de costumbre a la disciplina social. El sociólogo explica que desde hace muchos siglos nos caracterizamos por ser «un país de pillos» y asegura que es difícil que la pandemia pueda cambiarlo.


Otro de los factores que influyen es la pérdida de referentes. Jose Luis Paniza, sociólogo de la Universidad de Granada, sostiene que «el ciudadano no se ve representado por las instituciones. Sus referentes a nivel político son incapaces de llegar a acuerdos y de mantener un mínimo decoro». Ante este «espectáculo, se alimenta de las noticias que para él son diseñadas “ad hoc” por los algoritmos, radicalizándose en su manera singular de entender el mundo».


Un problema de educación


Para Corella, es también un problema de educación en promoción de la salud. «El coronavirus nos ha cogido desentrenados y no sabemos cómo tener hábitos saludables.


Si no, en vez de responder a medidas de castigo, las personas lo harían por ellas mismas y no se haría tan pesado». Fue esta la clave del éxito de algunos países nórdicos, que han funcionado con recomendaciones, y no con prohibiciones. A ello se une que la mayoría de las personas pensaron que la alerta por el coronavirus duraría 15 días, explica Juan Ramón Villalbí, miembro de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (Sespas), y «va a durar meses, si no años. Hay que mantener la guardia».


Tampoco ayuda que en los últimos meses buena parte de la población haya visto que incluso cuando se cumplían las restricciones, no daban resultado. «Eso hace que la gente se llene de desesperanza», explica Julián Domínguez, miembro de la Sociedad Española de Medicina Preventiva, Salud Pública e Higiene (Sempsph). Como reconoce la OMS, la amenaza percibida del virus puede disminuir a medida que las personas se acostumbran a convivir con él,incluso cuando haya más riesgo.


Para atajar el problema, Paniza y Núñez sostienen que la disciplina social solo será posible con un camino a seguir «claro» y en el que «el compromiso de nuestras élites para con sus ciudadanos sea patente. Sólo de esta manera podríamos exigir un compromiso social».


Y cuanto más tiempo dure la situación, mayor será el reto. También emocional. Porque, según advierte Domínguez, los sentimientos no desaparecerán por sí solos. Quizá por ello, la OMS ya recomienda que las estrategias a largo plazo «deberán ir más allá del estado de emergencia y permitir que las personas regresen a algo que se asemeje a la vida normal». Quizá la propuesta que funcione sea la del «presupuesto de contactos».


Fuente

autor/isabel-miranda

ABC.es


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