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¿Se puede defender el planeta e ir a la moda?


El reinado de los «millennials» ha llegado a su fin. Ahora le toca el turno a la Generación Z, los que tienen hasta 24 años. Si antes era la crisis económica, ahora es el cambio climático el motivo de indignación entre los jóvenes.


Pero ambos tienen un desasosiego común, que es la misma de los Sex Pistol: «There is no Future».


Lo advierten los miles de chavales que abarrotan las plazas europeas llamados por la activista sueca Greta Thunberg.


Los viernes se congregan para protestar contra el calentamiento global y la inacción de los políticos ante la mayor crisis medioambiental de la historia y el sábado hacen cola para asistir a un concierto de Rosalía. ¿Es que está reñido?


La cantante catalana no tiene reparos en fotografiarse con sus abrigos de Sask Potts, fabricados con piel de cordero y forro de poliéster. Y, salvo algunas críticas en las redes sociales, sigue siendo alabada allá por donde pisa.


Quizá la misma contradicción suponga levantar la pancarta de «No hay planeta B» con tener cuatro pares de zapatillas en el armario. ¿Son conscientes acaso de que es mejor dejar de comprar ropa nueva que hacer duchas cortas?


La industria de la moda es la segunda mayor contaminante por detrás de la petrolera según la ONU. Para cultivar, procesar y teñir un kilo de algodón, con el que se pueden confeccionar aproximadamente cinco camisetas, se gastan nada menos que 13.000 litros de agua.


Y para que se descomponga el forro del abrigo de Rosalía cuando se pase de moda harán falta nada menos que 200 años. Pero no son sólo el algodón o los tejidos sintéticos derivados del petróleo los culpables del desastre.


A menudo la viscosa, una fibra artificial cada vez más demandada por las principales cadenas de ropa como por los diseñadores de alta gama, se presenta como un material ecológico.


Pero según el informe Moda Sucia de Ecologistas en Acción su producción está siendo altamente contaminante y muy nociva para quienes lo tratan en países como China, Indonesia o la India.


Pese a que gigantes como Inditex o H&M se han comprometido con la eliminación de tóxicos en sus procesos de producción, según Ecologistas en Acción se abastecen directamente de estas fábricas. Pero es cierto que cada vez más empresas de la denominada industria «Fast Fashion» se están poniendo las pilas para reducir su impacto en el medioambiente.


El grupo de Amancio Ortega, por ejemplo, ha creado un órgano dentro de su consejo de administración para desarrollar una estrategia de sostenibilidad y cumplir con los estándares de salud, seguridad y derechos humanos.


Pero sigue siendo insuficiente: no aprueba en el Índice de Transparencia de la Moda 2019 elaborado por Fashion Revolution, que desde 2016 rastrea marcas globales (200 en total) y compara su desempeño en áreas clave como política y compromisos, gobernabilidad, trazabilidad y evaluación de proveedores entre otros.


Inditex no supera el 50% del cumplimiento, pero es que ninguna de las analizadas supera el 70%. Rebook, Adidas y Patagonia son las que lideran el ranking con un 64%.


«Es verdad que las grandes marcas están haciendo un esfuerzo brutal para transformar sus procesos de producción y compensar la huella de carbono que emiten, pero no abordan el problema de raíz, no es suficiente», advierte Paloma G. López, presidenta de la Asociación de Moda Sostenible de Madrid (Msmad) y CEO de Circular Project. «Las marcas de la Fast Fashion sacan de media 52 colecciones al año y almacenes enteros se queman porque no da tiempo a ponerlo todo en el mercado», recalca.


Ahí es dónde reside el problema: «Está bien que hagan prendas con materiales sostenibles, pero lo que hay que hacer es dejar de producir tanto». Y, por supuesto, consumir menos.


Pero, ¿cómo se mentaliza de eso a los adolescentes, tan preocupados en su apariencia e imagen? Siguiendo el modelo educativo canadiense, que incluye formación sobre moda sostenible, apuesta Paloma G. López, porque cree que la mayoría de los jóvenes «no tienen conciencia sobre lo que contaminan con el simple acto de vestirse por las mañanas».


El quiero y no puedo

La CEO de Circular Project ofrece talleres sobre moda sostenible en colegios e institutos y se da cuenta de que «es una generación del quiero y no puedo».


Por un lado, explica, tienen conciencia medioambiental, y por otra la tentación de la moda rápida y el «low cost» es muy fuerte.


«No les importa comprarse una prenda porque van a ir una fiesta y quieren ir guapos y luego no volvérsela a poner, pero es que no son conscientes de que eso contamina lo mismo que el coche que ven pasar delante de sus narices, aunque sea menos tangible».


Por eso les explica que una conciencia medioambiental significa plantearnos el consumo de ropa como lo hacían nuestras abuelas, «que todo lo conservaban y lo reciclaban».


Un reto complicado en esta era de Instagram donde los «influencers» muestran cuatro modelos al día y son usados por las marcas para generar esa necesidad de consumo. «Pero es que se puede ir monísimo vistiendo ropa reciclada», exclama López. Ya hay algunas que se han dado cuenta de que los recursos no son ilimitados y que eso es lo que deben trasladar a sus seguidores.


Ese es el caso de la influencer Maria Testino, la sobrina del famoso fotógrafo. Su perfil se construye sobre cuatro pilares: simplificar los estilismos, compartir o alquilar, acudir a los mercados de segunda mano y optar por marcas sostenibles.


La presidenta de la Msmad asegura que ese debe ser el camino para que la Generación Z actúe acorde a su conciencia ambiental: «Tenemos ropa fabricada para decenas de años, la idea más interesante es la del reciclaje, esa sería la solución más eco», declara.


Pero no sólo entran en juego productores y consumidores.


Hay un tercer actor, la Administración, que es la que tiene el papel más determinante en este aspecto: «Debe legislar y prohibir ciertas prácticas», critica esta experta y lanza una propuesta: «Subir la fiscalidad a las marcas que no demuestren trasparencia en los procesos de producción para que no les compense vender en nuestro país».


Pero afea, los «lobbies de presión no permiten que se legisle en este mercado porque pesa más la cuenta de resultados».


En este sentido, recuerda que la Comisión Europea tiene paralizada la iniciativa que aprobó por mayoría el Parlamento Europeo para que las normas de producción sean las mismas en todos los países y se garantice que las empresas exportadoras a la Unión Europea cumplan las normas en cuanto a sostenibilidad y derechos humanos.



Fuente: AmericaRetail

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