Los mejores libros de 2019 han sido escritos por mujeres
Por demasiado tiempo, obras extraordinarias escritas por mujeres habían pasado desapercibidas.
Este año, esa omisión sería imposible: la mejor producción literaria ha sido escrita por ellas.
Este año termina con el regreso a nuestras librerías de dos referentes de la literatura contemporánea.
La editorial Adriana Hidalgo reivindica a la argentina Hebe Uhart con las más de mil páginas que suman Novelas completas y Cuentos completos.
Y Alfaguara rescata la mejor novela de la mexicana Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, incluyendo en el volumen textos de Gabriela Cabezón Cámara, Isabel Mellado, Lara Moreno, Guadalupe Nettel y Carolina Sanín, a modo de manifiesto colectivo hispanoamericano.
Si durante estos doce meses se ha acelerado exponencialmente la reconsideración de la importancia de las grandes creadoras del siglo XX ha sido, en buena parte, gracias a la visibilidad y el reconocimiento que han obtenido obras extraordinarias escritas por mujeres.
Finalmente, han empezado a ocupar el lugar protagónico que merecen.
La mayoría de los mejores libros publicados durante 2019 en nuestra lengua son de autoría femenina.
Aunque pertenezcan a países, tendencias o géneros distintos, comparten un lenguaje de alta intensidad, con carga tanto poética como política, y el interés por las relaciones corporales y familiares, casi siempre atravesadas por la violencia.
Se trata de ficciones que denuncian la violencia de género o la desigualdad en las sociedades humanas y —explícita o implícitamente— en la esfera editorial y en la historia de la literatura.
La cuarta ola feminista y el sentido común han empezado a coincidir. Gracias a la insistencia de los grupos activistas y a la conciencia de la academia y del resto de instituciones —políticas y mediáticas—, la reivindicación se ha vuelto tanto conciencia como tendencia.
La industria de la edición ha tomado buena nota de ello. Y las escritoras emergentes se están beneficiando, con ambición, de la confianza que el nuevo ecosistema está depositando en ellas.
El libro más fascinante que he leído este año es La compañía, de Verónica Gerber Bicecci, un brillante ejercicio de apropiación y remix que, a partir de los fantasmas de una familia, se adentra en las ruinas de la minería en México.
Está en sintonía con el último ensayo traducido de Donna J. Haraway, Seguir con el problema, porque tanto la escritora y artista mexicana como la pensadora estadounidense recurren a la hibridación de lenguajes, a la síntesis entre campos distintos del saber y a estrategias de la ficción especulativa para llegar al núcleo más creativo de nuestra época, el que ignora todas las fronteras.
Muy probablemente sean Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez, y Desierto sonoro, de Valeria Luiselli, las dos novelas extensas en español más importantes del año. Coinciden en la voluntad de recuperar, mediante relatos de viaje, la ambición formal y estructural de las grandes novelas latinoamericanas de la década de los sesenta.
Pero difieren en sus estrategias: mientras que en el volumen de la argentina Enriquez, de género fantástico, predominan el narrador omnisciente y los diálogos clásicos; en el de la mexicana Luiselli, de corte realista, encontramos un sofisticado artefacto narrativo, con múltiples voces y planos.
Comparten el foco en las complejas relaciones entre padres e hijos y la obsesión por los desaparecidos.
Sobre los mismos temas versan las tres breves primeras novelas que más han destacado este año en América Latina.
A la madre de la protagonista de Cometierra, de la argentina Dolores Reyes, la ha matado su padre.
En Nuestra piel muerta, de la ecuatoriana Natalia García Freire, Lucas dice: “Su cuerpo, padre, que ahora encogido se debe parecer más al mío de lo que los dos podemos imaginar. Como un espejo esta tierra.
Yo de un lado. Usted del otro”.
Y en Casas vacías, de la mexicana Brenda Navarro, leemos: “¿Qué es un desaparecido? Es un fantasma que te persigue como si fuera parte de una esquizofrenia”.
Los supervivientes narran heridas profundas, en los tres casos, en primera persona.
La desaparición y la muerte son, para ellos, las otras dos dimensiones de la vida.
El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Ţîbuleac, es otra novela poderosa que aborda el difícil diálogo familiar.
El narrador acompaña durante sus últimos meses a su madre, enferma terminal, mientras construye un discurso inestable que oscila entre el odio y el lirismo.
Que la narradora moldava haya logrado su reconocimiento internacional con ese libro —ganador del Premio de Literatura de la Unión Europa— señala que la maternidad, observada desde todos los puntos de vista posibles, es un viejo argumento universal que vive su mejor momento.
Los contrastes de las relaciones de pareja también son explorados en la literatura de nuestros tiempos algorítmicos.
En los relatos de Mi marido es de otra especie, Yukiko Motoya —la escritora más premiada de la literatura japonesa actual— reactualiza la tradición kafkiana para diseccionar con distancia y muchísimo humor la institución del matrimonio.
Y la canadiense Anne Carson, que ha pensado en serio la pasión desde la Antigüedad hasta hoy, firma una obra maestra, La belleza del marido.
Pocas veces el amor, los celos, la infidelidad o la separación han llevado tan lejos el lenguaje poético: “Y de las verdaderas mentiras de la poesía / se filtró una pregunta. / ¿Qué une realmente a las palabras con las cosas? / No mucho, decidió mi marido / y procedió a usar el lenguaje / del modo en que según Homero suelen los dioses”.
Si en América Latina y otros países del mundo han brillado las ficciones escritas por autoras, en España han sido dos libros de ensayo los más comentados.
Se trata de El infinito en un junco, de Irene Vallejo, un viaje muy libre y muy sabio y muy digresivo por el mundo del libro desde la creación de la Biblioteca de Alejandría hasta la caída del Imperio romano; y de El enemigo conoce el sistema, de Marta Peirano, una exploración incisiva y amena de las tácticas que usan los gigantes de internet para espiarnos, cuantificarnos y traficar con nuestros datos.
Son, a simple vista, dos obras antitéticas; pero yo las veo complementarias. En nuestras vidas negocian y conviven el papel y el código, las pieles y los píxeles. Las relaciones tóxicas y el machismo existen tanto en los hogares o los ámbitos laborales como en las redes sociales o la televisión.
En la mayoría de los libros más influyentes de 2019 han predominado los cuerpos, la familia y los territorios físicos; pero es muy probable que ya estén escritos los que el próximo año abordarán también la otra mitad de lo real, la de los algoritmos y las pantallas.
Fuente: NyTimes
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