El coronavirus podría ayudar a alcanzar los objetivos sostenibles
Nadie se espera la gripe española. O la peste bubónica. Aun así, pánicos pestilentes como el Covid-19 aparecen de vez en cuando, y a veces se convierten en verdaderos niveladores de la humanidad. Afortunadamente, el llamado coronavirus no se parece en nada a la peste negra del siglo XIV.
Pero teniendo en cuenta lo que sucedió después de brotes anteriores más mortíferos, la economía de la peste puede, de todos modos, conducir a cambios estructurales de gran alcance.
Las economías europeas cambiaron drásticamente en los años que siguieron a la llegada de los barcos mercantes genoveses en 1347 –y a la reaparición regular de la peste negra.
Aniquiló a más de la mitad de los residentes de Florencia, París y Hamburgo, y la población europea tardó décadas en recuperarse.
Sin embargo, la consiguiente gran escasez de mano de obra tuvo un impacto duradero: cambió parte del poder a los trabajadores (campesinos y siervos) lejos del capital (la aristocracia terrateniente).
“La peste negra fue un acontecimiento cataclísmico y la reducción de la población era inevitable, pero en última instancia disminuyó los impedimentos económicos y abrió nuevas oportunidades”, sostiene David Routt, profesor de la Universidad de Richmond (Virginia, EE UU), en un paper o artículo científico sobre las repercusiones económicas de la plaga. Mientras que los salarios en Inglaterra, por ejemplo, aumentaron hasta un 40% entre los años 1340 y 1360, los ingresos de los señores ingleses disminuyeron un 20% mientras la plaga hacía estragos, según Routt.
Se pueden sacar conclusiones similares de la gripe española, que mató a unos 40 millones de personas, convirtiéndola en la peor epidemia desde la peste negra.
“Algunas investigaciones académicas sugieren que la pandemia de gripe de 1918 causó una escasez de mano de obra que se tradujo en un aumento de los salarios (al menos temporalmente) de los trabajadores”, escribió Thomas Garrett en un paper de 2007 para el Banco de la Reserva Federal de San Luis (EE UU).
El economista investigador estuvo lo suficientemente humano como para añadir que “no se puede argumentar razonablemente que este beneficio superara los costes de la tremenda pérdida de vidas y de la actividad económica en general”.
Pero el beneficio era claramente tangible.
Volviendo a 2020, el área obvia en la que puede tener un impacto la economía de las plagas es la de las preocupaciones ambientales, sociales y de gobernanza (ASG), en particular la existencial amenaza del calentamiento global.
Suponiendo que las medidas de “distanciamiento social” para evitar la propagación de la enfermedad conduzcan a un bloqueo de los viajes a nivel mundial, habrá algunas lecciones básicas transferibles a las promesas de reducción de carbono de las mayores economías del mundo.
Si las personas deben vivir de una manera más restringida para frenar el coronavirus –viajando menos, digamos, o haciendo más videoconferencias– pueden igualmente modificar su comportamiento.
El Covid-19 es el primer gran susto sanitario desde que las principales naciones acordaron mantener el aumento de las temperaturas mundiales en 1,5 grados centígrados con el Acuerdo de París de 2015.
Los brotes más recientes, como el SARS de 2003 o el H1N1 de 2009, son anteriores a París y se produjeron antes de que la mayoría de los votantes identificaran el cambio climático como una prioridad seria.
En el mayor emisor del mundo, EE UU, está ahora entre los cuatro principales temas de las elecciones presidenciales de 2020, según una reciente encuesta para la revista The Atlantic realizada por Climate Nexus con la Universidad de George Mason y Yale.
En una encuesta similar de 2008, solo el 1% de los votantes estadounidenses lo calificaba como su preocupación más importante.
Esto significa que el coronavirus aterriza en un momento en el que el público en general, así como muchos políticos, líderes corporativos y banqueros centrales, está buscando maneras de acelerar un cambio hacia una actividad económica más sostenible desde el punto de vista ambiental.
La aparición del coronavirus coincide también con un replanteamiento más general del capitalismo que se está produciendo en la comunidad empresarial, como atestigua la redefinición del propósito de una corporación por parte de la Mesa Redonda Empresarial de EE UU; y en la esfera política, donde un socialista declarado está luchando por la carrera del Partido Demócrata para competir con el presidente, Donald Trump.
Este es en la práctica el componente “social” de la inversión ASG.
Uno de los impactos de mercado más observables de una epidemia extendida donde los viajes, el comercio y el transporte se restringen y el crecimiento se ralentiza, sería un profundo y prolongado descenso del precio de la energía.
Es probable que muchos productores de petróleo estén ya en pérdidas.
Por debajo de los 40 dólares por barril, las actividades de perforación en alta mar y en aguas profundas (offshore) para muchos productores se hunden en números rojos.
Es cierto que puede ser necesario un impacto económico más profundo por una oleada de muertes antes de que la epidemia retroceda para inclinar psicológicamente la balanza hacia una mayor sostenibilidad, tanto en el sentido ambiental como socioeconómico.
El mejor escenario posible sería que el daño del Covid-19 se contenga a los niveles actuales, pero que la experiencia, que llega en un momento de introspección global sobre el impacto de la humanidad en el planeta en general, asuste suficientemente a Gobiernos, empresas y personas para que cambien a un comportamiento menos perjudicial ambiental y socialmente.
Es mucho esperar, pero está lejos de ser imposible.
Fuente: America Retail
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